La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte desde hace años sobre los riesgos de mantener una dieta alta en grasas saturadas, azúcares añadidos y productos ultraprocesados. Este tipo de alimentación no solo está relacionada con el aumento de la obesidad y las enfermedades crónicas, sino también con problemas cardiovasculares, resistencia a la insulina y alteraciones metabólicas graves.
Aunque muchos de estos productos forman parte de la rutina diaria, los especialistas insisten en que su consumo frecuente puede tener consecuencias a largo plazo. Lo fundamental, subrayan, no es eliminarlos por completo, sino reducir su ingesta y priorizar alimentos frescos y naturales.
El cardiólogo Francisco López-Jiménez, de la Clínica Mayo, explica que una dieta saludable debería estar compuesta mayormente por frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, frutos secos y aceites vegetales de buena calidad. Los productos de origen animal, salvo los lácteos y el pescado, deben consumirse con moderación.
Por su parte, el nutricionista Jim White propone una regla sencilla:
Con este equilibrio, es posible disfrutar de todo tipo de alimentos sin comprometer la salud.
Consumir carne cruda o insuficientemente cocida aumenta el riesgo de contraer infecciones graves, como las provocadas por E. coli o Salmonella. El riesgo es aún mayor en niños pequeños, personas con enfermedades crónicas o sistemas inmunológicos debilitados.
Ejemplos de riesgo: sushi, hamburguesas “jugosas” y carpaccios sin una correcta manipulación.
Aunque se presentan como una opción “rápida y saludable”, la mayoría de los cereales comerciales tienen un alto contenido de azúcares y harinas refinadas. Esto provoca picos de glucosa en sangre que, con el tiempo, pueden favorecer la resistencia a la insulina y la obesidad.
Consejo: elegir cereales integrales sin azúcar añadida y acompañarlos con frutas frescas.
Incluso en pequeñas cantidades, el alcohol puede alterar el metabolismo, reducir la quema de grasa y aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares y cáncer.
La Asociación Americana para la Investigación del Cáncer sugiere que las bebidas alcohólicas lleven etiquetas de advertencia, similares a las del tabaco. En pacientes con cáncer, su consumo está totalmente desaconsejado.
Endulzantes como el aspartamo o la sucralosa no aportan calorías, pero pueden alterar el microbioma intestinal y afectar el control de la glucosa.
Estudios en curso investigan su posible relación con ciertos tipos de cáncer, aunque las pruebas aún no son concluyentes.
Las comidas rápidas y preparadas suelen contener cantidades excesivas de sal, azúcar y grasas poco saludables. Su consumo frecuente eleva el riesgo de hipertensión, colesterol alto y aumento de peso.
Ejemplos: hamburguesas con papas fritas, pizzas congeladas, pollo frito y snacks salados.
El pan elaborado con harina refinada carece de fibra y nutrientes esenciales, provocando picos rápidos de glucosa en sangre.
Alternativas más saludables: pan integral 100%, pan de masa madre o panes elaborados con granos germinados.
No se trata de prohibir por completo estos alimentos, sino de reducir su frecuencia en la dieta y combinarlos con opciones frescas y nutritivas. Evitar los ultraprocesados y apostar por ingredientes naturales es una de las mejores inversiones en salud a largo plazo.
Pequeños cambios —como sustituir el pan blanco por integral o reducir las bebidas alcohólicas— pueden marcar una gran diferencia en la prevención de enfermedades y en la mejora del bienestar general.