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30 de mayo de 2020

La campaña mediática de macristas famosos contra la cuarentena

Por: Página 12

Susana Giménez, Maximiliano Guerra, Oscar Martínez, Juan José Sebreli son algunos de los nombres que alimentan la inverosímil ofensiva opositora contra las medidas sanitarias del Gobierno. Para hacerlo ignorar elementos centrales de la realidad actual y aquella que los convocaba durante el gobierno de Macri.

La empleada doméstica de una casa de Retiro cuya empleadora había regresado de Alemania, vive en la villa Mugica, en una habitación con su marido y sus padres y comparte el baño con otras 13 personas. Ella fue la primera contagiada por el virus en la villa. Y su madre, Toribia Balbuena, de 84 años, la primera víctima fatal. Fue a principios de mayo cuando el gobierno de CABA no había aplicado un protocolo de cuarentena real en la villa. Otras tres muertes por la epidemia en la villa fueron dirigentes sociales que sostenían comedores populares, los tres, menores de 60 años.

Hay una campaña mediática de macristas famosos, como Maximiliano Guerra , Susana Giménez y Juan José Sebreli contra la cuarentena. Se sumaron así al actor Oscar Martínez que afirmó que amigos suyos mayores de 70 años se habían autocontagiado el virus para inmunizarse. Estos personajes tendrían que explicarle sus argumentos contra la cuarentena a la señora Balbuena, a Ramona Medina , a Víctor Giracoy y a Agustín Navarro y a otros centenares de personas. Pero no podrán hacerlo porque estas personas murieron contagiadas por el virus.

 

Martínez tendría que demostrar que su anécdota no fue simple mala fe y que realmente cree tanto en esa afirmación que está dispuesto a cumplirla. Sebreli proclamó con indignación que un policía no lo dejó pasear por una plaza. La próxima vez que vaya a una plaza por favor que se saque una fotografía. No le vamos a creer hasta verlo.

Sebreli no habló de la villa Mugica, que está en la CABA, sino de la Villa Azul, que está en Quilmes y fue abandonada a su suerte por la gestión anterior del intendente macrista Martiniano Molina, pero que ahora fue desplazado por la intendenta Mayra Mendoza, de La Cámpora. No es un viejito que habla con inocencia. Sabe perfectamente porqué no habla de las villas de CABA que tienen mil veces más infectados.

Y dijo que la villa Azul “es el gheto de Varsovia” argentino. “Allí no se van a morir por el virus --dijo-- se van a morir de hambre”. A diferencia de lo que sucede en la CABA, la intendenta Mendoza y el gobernador Axel Kiciloff visitaron la villa de cinco mil habitantes, que fue aislada en un intento de evitar que el contagio se transmita a la villa Itatí, que tiene más de 25 mil habitantes.

La intendenta y el gobernador se internaron en la villa Azul provistos del equipo que utiliza el personal sanitario. Hablaron con los vecinos y pasaron revista a las acciones de contención social. No sucedió lo mismo en la CABA, donde la gestión macrista ni siquiera separó al funcionario responsable por la criminal falta de agua. Y la gestión de alimentos en la villa Azul se hace entre la intendencia y los movimientos sociales. Es más fácil, porque es una villa chica. Y lo más probable es que, a pesar de las precauciones, la epidemia se extienda hacia asentamientos más grandes donde es mucho más difícil gestionar la cuarentena. Esa fue la razón de la desesperación de Kiciloff y su ministro de Salud, Daniel Gollán.

Sebreli habló de la Villa Azul por astucia política o llevado por los periodistas. Y en cualquier caso eligieron mal porque de esa manera se convirtieron en propagandistas del kirchnerismo. Ese asentamiento está dividido por la calle Caviglia. Hay una villa miseria muy pobre del lado de Quilmes que estuvo gobernado por el macrismo hasta principios de año. Del lado de Avellaneda la villa fue urbanizada con casitas de dos pisos y patio o jardín, con centro de salud y centro deportivo. Avellaneda es gestionada desde hace varios años por el intendente kirchnerista Jorge Ferraresi, hijo de un sindicalista luchador de la resistencia peronista. Ferraresi es dirigente del Instituto Patria que encabeza la ex presidenta Cristina Kirchner.

La diferencia entre la villa miseria en Quilmes y un barrio de casitas dignas en Avellaneda es abrumadora. Allí apuntaron Sebreli y los periodistas de La Nación, solamente para cuestionar a Kiciloff y Mendoza. Sebreli equiparó la cuarentena con una “detención domiciliaria” y acusó a Alberto Fernández de convertirla en una “cuarentena política”. Pero los que politizaron la cuarentena fueron este personaje y los demás cuyo discurso tiene solamente esa intención.

Las redes se inundaron con este tipo de declaraciones. Patricia Bullrich se sumó y dijo que la cuarentena es de “izquierda fascista o de derecha stalinista”. Maximiliano Guerra, dijo que la medida contra la epidemia es claramente “comunista” y Susana Giménez aseguró que “nos llevan a ser como Venezuela”.

Es un momento delicado. Es un punto de inflexión en el que las personas empiezan a sentir el esfuerzo, tanto en el aislamiento como en la economía, pero al mismo tiempo es cuando la epidemia está llegando al punto más alto de la curva de contagios.

La farándula y los intelectuales macristas aprovecharon esta situación de vulnerabilidad para acusar a Alberto Fernández de conculcar las libertades. Por supuesto que la cuarentena implica restricción de libertades y otras calamidades que si se mantienen más allá de la situación de excepción configurarían una verdadera dictadura.

Pero hay una situación extraordinaria y de peso. Y además, no hay una sola cuarentena. En realidad cada provincia aplica una modalidad diferente. La mitad del total de infectados del país está en la CABA y el Conurbano y por lo tanto allí la medida tiene que ser más rigurosa.

Hasta casi podría decirse que hay tantas modalidades de aplicación, como ciudades hay en el territorio. Pero no hay argumento más fuerte que el descalabro mundial que ha producido la epidemia que estos energúmenos tratan de subestimar para atacar la figura de Alberto Fernández.

“Juicio y castigo a los infectólogos” arengaba una de las manifestantes anticuarentena del martes. Cuando una causa se desliza a expresiones imbéciles pone en evidencia que no importan los argumentos. Se supone que varios de ellos son personas inteligentes. Saben que no tienen razón, que la epidemia es grave y que sería criminal levantar la cuarentena.

Julio Cortázar escribió que “en algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones”. No tiene sentido discutir si la epidemia es grave o si la cuarentena no es necesaria. Si lo niegan será por sus propios egoísmos, o prejuicios o por el interés de erosionar a alguien que fue elegido en forma democrática pero con quien desacuerdan. Claro que la forma de hacerlo es criminal, no se puede convocar a la población a infectarse.

Si les preocuparan las libertades no apoyarían al régimen de espionaje del gobierno macrista que está quedando al descubierto. En la causa que lleva el juez Alejo Ramos Padilla, hay tres agentes de inteligencia, un periodista y un fiscal involucrados en prácticas extorsivas contra empresarios. A veces por interés en metálico y otras para obligarlos a declarar en contra de disidentes políticos. Era un gobierno que entregaba a los periodistass ultramacristas las escuchas telefónicas a opositores; y hay un archivo entero con mensajes espiados de artistas, dirigentes políticos y empresarios. Hasta un arrepentido se presentó dispuesto a informar la manera en que el macrismo espiaba a todo el mundo.

Es como dijo Marcelo Tinelli: "Te escuchaban los teléfonos, te leían los mails, te apretaban con la Afip. Tenían un aparato del Estado, que pagábamos nosotros, para perseguir a los que pensaban distinto o a los propios que pudieran descarriarse”.

Con todos estos antecedentes, Mauricio Macri acaba de ser imputado por el fiscal Jorge Di Lello en una causa por espionaje junto con su jefe de espías, su amigo Gustavo Arribas. El sistema que había implantado a través de su amigo convertía a la Argentina en el país del Gran Hermano de George Orwell. No hay excesos ni bandas descontroladas, sino una cadena de mando que usaba el espionaje como sistema de poder.

Si esta gente, como Sebreli, están tan preocupados por las libertades y garantías constitucionales, antes de criticar una medida sanitaria de carácter extraordinario, tendrían que preocuparse por el régimen que apoyaron y por la gente que los aconseja.



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